Desde los orígenes de la Humanidad, han sido varias las insurrecciones que han marcado el devenir de la Historia. Quizás una de las más significativas fuera la protagonizada por un esclavo de origen tracio llamado Espartaco en el siglo I a.C., en el sur de Italia, que puso en serios aprietos a la República romana. Una insurrección que consiguió reunir a miles de personas en la cual no sólo figuraron esclavos, sino también un buen número de campesinos y de ciudadanos libres muy empobrecidos.

Únicamente ciertos titubeos, la felonía de los piratas cilicios y el poderío militar del ejército romano, impidieron el triunfo de la revuelta de Espartaco. Sin embargo, si bien es cierto que fracasó, no lo es menos que logró poner de manifiesto la crisis política, económica y social que imperaba en Roma.

La revuelta servil no fue sino el resultado de la reacción de los grupos más desfavorecidos ante las condiciones políticas y socioeconómicas existentes en Roma. En ella no parece haber existido ningún programa revolucionario que permitiera cambios en el orden social, pues el principal objetivo de Espartaco venía marcado por la consecución de la libertad individual de sus hombres. Por ende, no existió una conciencia de clase común ni tan siquiera unos intereses comunes. Así pues, los rebeldes no lucharon por cambiar el orden social, sino sólo por conseguir la mejora personal. A pesar de ello, la leyenda de Espartaco se ha mantenido viva a lo largo de los siglos como icono de la lucha de los oprimidos contra la tiranía.

¿Quién era Espartaco?


Lo cierto es que poco sabemos de sus orígenes y esa escasa información procede fundamentalmente de historiadores romanos como Plutarco, Floro o Apiano. Espartaco era un gladiador que provenía de la región balcánica de Tracia –habría nacido en el 113 a.C. en Sadanski, en el suroeste de lo que hoy es Bulgaria–. Dado que frecuentemente se denominaba a los gladiadores en función de su lugar de origen, su nombre podría ser un derivado de la región tracia de Espartakia.

En lo que a sus orígenes se refiere, la historiografía clásica ofrece diferentes versiones: bandido, pastor o desertor de las tropas auxiliares.

En cualquier caso, y como señalan Apiano y Floro, Espartaco fue capturado por los ejércitos romanos, enviado a trabajos forzados a una cantera y liberado de allí a consecuencia de su destreza en el combate, lo que le permitió convertirse en un gran gladiador. Por esta razón fue trasladado a Capua a la escuela gladiatoria del lanista Léntulo Batiato, hacia mediados de la década de los años 70 a.C.

En la escuela de Capua protagonizaría una rebelión de esclavos jamás vivida por Roma en la que durante tres años (73-70 a.C.) arrasaría la península Itálica derrotando a las tropas romanas en varias ocasiones.

La guerra de Espartaco

Su expansionismo había provisto a Roma de ingentes cantidades de mano de obra y de esclavos que trabajaban en condiciones inhumanas en explotaciones agrarias y mineras. Paralelamente, las riquezas no eran destinadas a tratar de acabar con las carencias sociales que se manifestaban en Roma, sino que por el contrario, se destinaban a sufragar nuevas campañas militares. En este panorama la crueldad en el trato provocó que en Sicilia estallaran dos revueltas serviles entre el 135 y el 102 a.C., fácilmente reducidas por el ejército romano.

En un contexto marcado por la inestabilidad política, los combates en la arena se habían popularizado a más no poder. Si en un principio las luchas de gladiadores se limitaron a un enfrentamiento de carácter ritual, progresivamente fueron levantando el interés del pueblo –una ocasión que no desperdiciaron los patricios para organizarlas en busca de una mayor popularidad–, hasta que en el año 105 a.C. el Senado, ante la fama de los combates, decidió incluirlos en la lista de espectáculos públicos.

Las fuentes coinciden al señalar que en el 73 a.C. Espartaco y otros doscientos gladiadores iniciaron la rebelión en la escuela gladiatoria de Capua. Al tener restringido el acceso a las armas asaltaron la cocina para hacerse con cuchillos. En el combate con los guardias de la escuela tan sólo setenta hombres lograron escapar. Una vez fuera de Capua, Espartaco y sus compañeros tuvieron la fortuna de capturar un carro lleno de armas y armaduras que precisamente iban destinadas a la escuela de la que huían.

Espartaco y sus hombres decidieron entonces refugiarse en las laderas del Vesubio, el volcán que entraría en erupción un siglo más tarde. El tamaño de la revuelta creció rápidamente ya que muchos esclavos de la Campania de origen galo, tracio o germánico (tal vez cimbrios y teutones) huyeron de los latifundios para unirse a la causa de Espartaco.

A pesar del peligro que planteaba para Roma la revuelta servil, el Senado la menospreció y tardó mucho en tomar cartas en el asunto. En un primer momento, sólo mandó para reprimirla un contingente de 3.000 hombres con escasa experiencia militar. Las tropas romanas al mando de Clodio Glabro rodearon el Vesubio salvo por una de sus laderas, considerada inaccesible. Fue entonces cuando la astucia del tracio permitió que sus hombres atacaran por el flanco desprotegido el campamento romano, masacrando a las tropas romanas y capturando una gran cantidad de equipo militar. Como consecuencia, las noticias del éxito de la revuelta animaron a más esclavos a escapar y unirse a la misma, por lo que de esta manera Espartaco se encontró pronto a las órdenes de un ejército de más de 50.000 hombres.

No obstante, no todo fue gloria para los sublevados pues también tuvieron que hacer frente a una serie de trabas al existir tensiones étnicas como consecuencia de la heterogeneidad del grupo –los dos principales lugartenientes de Espartaco, Crixo y Enomao, eran galos.

Para contrarrestar los avances de la revuelta, el Senado optó por enviar nuevos contingentes regulares al mando del pretor Publio Varinio. Sin embargo, Espartaco logró vencerlos de nuevo. La revuelta siguió creciendo en número de efectivos, pero estos ya no sólo eran de condición esclava, sino que también sumaron campesinos o ciudadanos arruinados y hartos del sistema.

Hasta ese momento, la revuelta no contaba con un objetivo claramente definido. Sin embargo, a fines del año 73 a.C. Espartaco y sus lugartenientes decidieron que tenían que volver a sus lugares de origen en busca de la ansiada libertad personal. Esta decisión coincidió con el cambio de actitud del Senado de Roma: enviar a cuatro legiones (24.000 hombres) al mando de Gelio Publícola y de Cneo Cornelio Léntulo Clodiano. Empero, y a pesar de todo, Espartaco logró derrotar a las tropas romanas a orillas del río Po, si bien su lugarteniente Crixo pereció en el combate –según Floro, para honrarlo en su funeral el tracio hizo que trescientos prisioneros romanos lucharan como gladiadores.

Craso aparece en escena


Con tales acontecimientos, el Senado tomó conciencia del peligro que planteaba la revuelta servil dirigida por el esclavo rebelde. En el 72 a.C., uno de los patricios de Roma aceptó el desafío de enfrentarse a Espartaco. Era el plutócrata Marco Licinio Craso, cuya figura se encontraba eclipsada por las victorias militares de Cneo Pompeyo en África e Hispania y por las de Lucio Licinio Lúculo en Asia. Tras ser nombrado pretor por el Senado, agrupó a los supervivientes de las anteriores batallas contra los gladiadores y reclutó a nuevas tropas.

Mientras tanto, Espartaco había ideado un nuevo plan. Según Plutarco, su objetivo consistía en establecer a unos cuantos de sus soldados (2.000) en la isla de Sicilia, para lo cual era necesario que en el invierno del 72-71 a.C. sus tropas atravesaran el Brucio hacia el estrecho de Mesina. Para llevar a cabo tal empresa, esperaba contar con la colaboración de los piratas cilicios. Pactó con ellos un acuerdo para pasar a Sicilia y desde allí sublevar a los esclavos de la isla con el propósito de hacerse fuerte allí.

Llegado a Calabria, el tracio se cercioró de que los piratas no habían cumplido con su palabra, pues no se presentaron al encuentro. Al tiempo, Craso conseguía cercar a los hombres de Espartaco mediante una larga empalizada de madera. Sin más dilación, nuestro protagonista decidió pasar a la acción asaltando un sector de la empalizada. La ofensiva del tracio sorprendió a los romanos y el ejército de esclavos pudo escapar, si bien en el asedio perecieron más de 12.000 rebeldes.

Indignado por los nuevos logros de Espartaco, el Senado reclamó el regreso de las legiones de Hispania y de Grecia. Sin embargo, Craso no quería compartir los méritos de la victoria con Pompeyo ni con  Lúculo, y optó por seguir a los sublevados.

En el año 71 a.C. los efectivos de Espartaco se iban debilitado porque una parte de los galos abandonaron el contingente insurrecto para ser finalmente masacrados por las tropas de Craso. Ese año el tracio llegó a Brindisi para intentar hacerse con nuevas naves con las que regresar a Tracia, pero, sin embargo, se topó con las legiones de Lúculo.

Ante tales acontecimientos, en el verano de ese año 71 a.C., Espartaco no tuvo más remedio que preparar a su ejército junto al río Silaro, en Apulia. La batalla contra Craso y Lúculo fue muy cruenta. Espartaco logró dar muerte a dos centuriones, pero se vio finalmente superado ante la superioridad y efectividad del ejército romano. La caída de Espartaco provocó la desbandada y la masacre de los esclavos. El cuerpo de Espartaco jamás sería encontrado.

Finalmente, Craso acabó con la práctica totalidad de los rebeldes en la batalla. Seis mil de estos rebeldes derrotados fueron crucificados y expuestos en la vía Apia entre Capua y Roma –resulta curioso que a Craso no se le concediesen los honores del triunfo por no considerar a Espartaco como un enemigo digno–. Paralelamente, los últimos focos de resistencia existentes en el centro y en el sur de la península Itálica serían aniquilados por Pompeyo, quien poco antes había acabado con las tropas sertorianas en Hispania.



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